El siguiente texto, parece haber sido hallado en un diario de papel de esos que ya nadie lee.
Desde aquí parecían caricias evaporándose. El contacto era tan fugaz como los ataques que lanzaba. El, consciente del deseo de extinción que en el otro animaba, lo hacía para sentirse vivo, para saborear el dolor que le podía provocar, para verificar quién marcaba el límite imaginario, la línea que la sombra nunca puede atacar. La constante tentación de estar allí donde son conscientes de su ser, de la materia que los forma y diferencia de todos los demás, allí donde precisamente son iguales, donde se tocan, mezclan, hierven, arden y se cruzan.